Verán... me siento mal conmigo mismo... no pude hacerlo... no pude postear ¡EL MEJOR POST DE SAN VALENTIN! Algo me detuvo, algo más allá de mi jurisdicción; muy molesto. Fue como el zumbido de un mosquito que taladraba mi sentido de la decencia con un "¡nnnnnnnnniiiiiiiiiiiiiiiiiolohagas!". Por primera vez pensé en las consecuencias de escribir algo tan extraordinaria e ingeniosamente inmaduro y ardido, pero más que en las consecuencias, pensé en el daño que podría hacerle a las personas a quienes iba dirigido y que en algún momento podrían leerlo.
A una de ellas la vi justo un día antes del 14 de febrero. Llámenlo señal o coincidencia, el resultado fue un brutal choque emocional para mi. Básicamente tuvo todo que ver en que no escribiera ese post.
Terminamos nuestra relación hace unos cinco años. Fue una ruptura dolorosa y explosiva. Nos lanzamos palabras el uno al otro en forma de misil que dejaron escombros en nuestras entrañas y edificaron nuestro recuerdo como un rencor silencioso.
Honestamente, me imaginaba a su lado para toda la vida, siendo el padre de sus hijos, el bastión que resguardara sus anhelos y el verdugo de sus más lascivas necesidades fisiológicas, de aquí hasta más allá de la menopausia. Sin embargo ella me terminó porque, según, "no estaba lista para algo tan formal"; luego me pidió que me buscara alguien más, que ya no podíamos seguir, pues no estábamos destinados a permanecer juntos.
En aquél momento escuché un crujido en el cielo, el aciago anuncio de lo que venía a colapsarse sobre mi. A partir de ese momento supe que durante los meses siguientes mi vida sería mierda pura y amarga. El primer pedazo de cielo se desquebrajó en forma de un filoso cristal partiendo mis 12kg de testículos en dos partes iguales, algo parecido a esto fue lo que sucedió:
Aún me extraña que después de escuchar las desastrosas palabras expresadas con tanta dulzura, no saliera por atrás de mi algún otro hombre (¿un amante, tal vez?) y me apuñalara diesiséis veces para que ellos dos pudieran al fin escapar de mí a una isla lejana, y una vez allí, asquerosamente juntos y frente a un paraíso azul, chocar las copas de su martini rosso, y decir con risa malévola: "Jajaja, lo logramos, amor... ¡Salud!"; posiblemente recordando con incomodidad mi última frase dicha antes de morir cuando sujetaba dramáticamente la camisa de aquél maldito, diciendo: "¿Et tu, brute?"; pero esfumando para siempre el recuerdo de mi muerte diesiséis segundos después con otro trago de martini rosso, riendo, riendo por siempre; por siempre y felices...
Pero lo que más regala la vida son sorpresas. Cuando la vi ese día me di cuenta de que no había escapado a Bora Bora con su amante brasileño guapísimo que mi mente inventó para explicar su abandono, o que si lo había hecho, entonces estaba de vuelta en Xalapa. La encontré, pues, en el supermercado con un hombre que iba sentado en la parte delantera del carrito. Le calculé unos tres años.
Nos saludamos sin saber qué decir, como en todos los encuentros sorpresivos; pero tras bambalinas de la conversación protocolaria que naturalmente se dice en tales situaciones, ocurría una batalla de superposición de egos cuyo ganador era determinado por la respuesta que se apegara más a los sueños de la vida ideal que alguna vez nos confesamos debajo de un cobertor, como "¿quién ha llegado más lejos?, ¿quién es más feliz ahora?, ¿quién se consiguió una pareja mejor a nosotros?", etc.
Es preciso mencionar que no andaba yo en mi mejor momento. Era sábado al medio día, tenía puesta una bermuda de mezclilla, huaraches y llevaba en el canasto dos paquetes de cerveza y unos sabritones; típica comida de un borracho solterón que sigue estancado en los barrizales y vulgaridades de la clase media (me preparaba para el carnaval, no se burlen). Pero me importó poco, porque ella así me conoció; años antes le conté que si alguna vez era rico, no iba a dejar de tomar cerveza ni de comer sabritones. Lo sofocante del encuentro fue cuando le pregunté si aquél inquieto niño era su hijo. Me respondió que sí, tímidamente, pero mirando con orgullo maternal al pequeño.
Los días en que ella me terminó y que yo estaba en los momentos de mayor ardor, sin que me parara la boca de escupir cosas horribles con la ingenua idea de que la harían dudar al punto de que regresaría conmigo, indirectamente le dije algo como que "seguramente acabaría teniendo hijos con un tipo más feo que yo, y promedio; niños que heredarían los razgos antiestéticos del padre y su intelecto normal." Vaticiné, pues, que serían niños feos o no tan bonitos, con una inteligencia repugnantemente común; cosa que no habría ocurrido si hubiera decidido quedarse conmigo. Y aunque no puedo asegurar que esta profetización tan malaleche se le quedó grabada hasta hoy día, la momentánea mirada de angustia que puso cuando alcé la barbilla del niño para ver a detalle su rostro, me hizo pensar que justamente, ella creía que por dentro me regodeaba de que mis predicciones fueron correctas. Tal vez esperaba de mi una abyecta sonrisa burlona, pero que no fuera explícitamente burlona, sino una expresión interna que ambos supiéramos que se trata de una burla tácita, sólo existente en nuestro mundo e imperceptible para el resto, fingiendo yo no efectuarla ni ella percibirla. Mas no fue así.
—Es muy bonito —le dije amablemente, pellizcando suavemente la mejilla del niño—, se parece mucho a ti.
Para mi sorpresa, eso fue uno de los enunciados más honestos que jamás he dicho. Yo que había jurado regodearme con una sonrisa triunfal una vez que la viera subyugada a una vida ordinaria, aburrida y rutinaria, al lado de un tremendo idiota que no es ni un quinto del hombre que soy yo, en vez de estar recorriendo el mundo conmigo y teniendo las más felices y concupiscentes aventuras; no lo pude hacer, al igual que no pude terminar EL MEJOR POST DE SAN VALENTIN.
¿Por qué pasó esto? ¿Por qué no desollé al niño frente a ella como lo habría hecho un verdadero hombre? Si yo la odié con cada gota hirviente de mi sangre. No sólo a ella, también a las otras dos que le siguieron las odié. Pasé noches enteras sin dormir porque imaginaba el momento en que les restregaría su error de manera sutilmente humillante, y tales pensamientos aceleraban mi corazón manteniéndome despierto. No fue madurez ni compasión, fue algo más. Tal vez, muy en el fondo, los recuerdos buenos triunfaron sobre los malos, y ese encono que sentía hacia ellas, no era otra cosa más que una reacción instintiva de competencia, de mostrarme superior a quien quiera que fuera su pareja para que, al final, ella lo notara y se quedara conmigo. ¡Vaya manera de pensar de los hombres... PENDEJAZOS!
¿Qué hemos aprendido hoy, hijos míos, de estas crueles desventuras contadas por el Tío Profeta, sentados vosotros en mi regazo y mirándome con admiración infantil ? Pues bien, yo sí aprendí mi lección: lo que diferencia a las mujeres del resto de los mamíferos hembras, es que las primeras prefieren estabilidad y las segundas prefieron los genes del más fuerte. Mis ex novias conocieron el tamaño de mi pene, sintieron el vigor de mis brazos de roble cuando las cargaba, comprobaron con hechos los resultados arrojados en mi examen certificado de MENSA y supieron de mis records de atletismo en la preparatoria. Aún así prefirieron a un hombre dos o tres, o hasta cinco peldaños más abajo, genéticamente hablando, a esta incomprendida e inestable bomba de tiempo en forma de corazón y sabor chocolate llamada Falso Profeta. Inseguridad mía, inseguridad de ellas, o tal vez sí soy un patanazo, no lo sé y probablemente nunca lo sepa.
Por ello es que anuncio que de ahora en adelante solamente voy a tener sexo con animales y que voy a vender frascos de mi semen en la parte derecha de la página, $250.00 pesos cada uno.
Por mi ya no se preocupen. He aceptado mi rol en esta vida. Yo simplemente nací para producir sensaciones placenteras, no para amar ni ser amado. Mi virtud es a la vez mi condena. Por más que lo intente, no puedo evitar ser EL MEJOR AMANTE EN LA HISTORIA DE TODOS LOS TIEMPOS DE LOS UNIVERSOS. Recuerden bien que sólo puedo usar menos del 5% de mis habilidades de amante, de lo contrario los impulsos eléctricos de placer producidos en el cuerpo de mi pareja se multiplicarían por un millón causándole quemaduras internas de 3er grado, muchos paros cardiacos, o peor aún, podría ella explotar en mil pedazos, o, en caso de que usara más del 7% de mis dotes, evaporarse hacia un nivel de consciencia superior viviendo por siempre en el estado orgásmico-nirvánico en que la dejé; gran tragedia.
¿Cómo entonces alguien igual a mi (EMADU), con semejante potencia sexual, podría arriesgarse a llevar una relación conyugal, freelancera o de amancebamiento con una bella mujer, pudiendo matarla con el más pequeño descuido? ¿Saben qué? No pienso arriesgarme de nuevo, no quiero seguir evaporando mujeres; la muerte pesa demasiado y la sangre es una tinta permanente. Ya no más. Desde ahora no le coquetearé a ninguna mujer ni por blogger ni por facebook, ni por messenger, ni por twitter, ni por ningún lado... ¡lo prometo!
20 segundos después...
Ok, no puedo prometer eso. Pero al menos no veré pornografía ¡en más de 6 meses!
9.75 segundos después...
¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap!
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A una de ellas la vi justo un día antes del 14 de febrero. Llámenlo señal o coincidencia, el resultado fue un brutal choque emocional para mi. Básicamente tuvo todo que ver en que no escribiera ese post.
Terminamos nuestra relación hace unos cinco años. Fue una ruptura dolorosa y explosiva. Nos lanzamos palabras el uno al otro en forma de misil que dejaron escombros en nuestras entrañas y edificaron nuestro recuerdo como un rencor silencioso.
Honestamente, me imaginaba a su lado para toda la vida, siendo el padre de sus hijos, el bastión que resguardara sus anhelos y el verdugo de sus más lascivas necesidades fisiológicas, de aquí hasta más allá de la menopausia. Sin embargo ella me terminó porque, según, "no estaba lista para algo tan formal"; luego me pidió que me buscara alguien más, que ya no podíamos seguir, pues no estábamos destinados a permanecer juntos.
En aquél momento escuché un crujido en el cielo, el aciago anuncio de lo que venía a colapsarse sobre mi. A partir de ese momento supe que durante los meses siguientes mi vida sería mierda pura y amarga. El primer pedazo de cielo se desquebrajó en forma de un filoso cristal partiendo mis 12kg de testículos en dos partes iguales, algo parecido a esto fue lo que sucedió:
Aún me extraña que después de escuchar las desastrosas palabras expresadas con tanta dulzura, no saliera por atrás de mi algún otro hombre (¿un amante, tal vez?) y me apuñalara diesiséis veces para que ellos dos pudieran al fin escapar de mí a una isla lejana, y una vez allí, asquerosamente juntos y frente a un paraíso azul, chocar las copas de su martini rosso, y decir con risa malévola: "Jajaja, lo logramos, amor... ¡Salud!"; posiblemente recordando con incomodidad mi última frase dicha antes de morir cuando sujetaba dramáticamente la camisa de aquél maldito, diciendo: "¿Et tu, brute?"; pero esfumando para siempre el recuerdo de mi muerte diesiséis segundos después con otro trago de martini rosso, riendo, riendo por siempre; por siempre y felices...
Pero lo que más regala la vida son sorpresas. Cuando la vi ese día me di cuenta de que no había escapado a Bora Bora con su amante brasileño guapísimo que mi mente inventó para explicar su abandono, o que si lo había hecho, entonces estaba de vuelta en Xalapa. La encontré, pues, en el supermercado con un hombre que iba sentado en la parte delantera del carrito. Le calculé unos tres años.
Nos saludamos sin saber qué decir, como en todos los encuentros sorpresivos; pero tras bambalinas de la conversación protocolaria que naturalmente se dice en tales situaciones, ocurría una batalla de superposición de egos cuyo ganador era determinado por la respuesta que se apegara más a los sueños de la vida ideal que alguna vez nos confesamos debajo de un cobertor, como "¿quién ha llegado más lejos?, ¿quién es más feliz ahora?, ¿quién se consiguió una pareja mejor a nosotros?", etc.
Es preciso mencionar que no andaba yo en mi mejor momento. Era sábado al medio día, tenía puesta una bermuda de mezclilla, huaraches y llevaba en el canasto dos paquetes de cerveza y unos sabritones; típica comida de un borracho solterón que sigue estancado en los barrizales y vulgaridades de la clase media (me preparaba para el carnaval, no se burlen). Pero me importó poco, porque ella así me conoció; años antes le conté que si alguna vez era rico, no iba a dejar de tomar cerveza ni de comer sabritones. Lo sofocante del encuentro fue cuando le pregunté si aquél inquieto niño era su hijo. Me respondió que sí, tímidamente, pero mirando con orgullo maternal al pequeño.
Los días en que ella me terminó y que yo estaba en los momentos de mayor ardor, sin que me parara la boca de escupir cosas horribles con la ingenua idea de que la harían dudar al punto de que regresaría conmigo, indirectamente le dije algo como que "seguramente acabaría teniendo hijos con un tipo más feo que yo, y promedio; niños que heredarían los razgos antiestéticos del padre y su intelecto normal." Vaticiné, pues, que serían niños feos o no tan bonitos, con una inteligencia repugnantemente común; cosa que no habría ocurrido si hubiera decidido quedarse conmigo. Y aunque no puedo asegurar que esta profetización tan malaleche se le quedó grabada hasta hoy día, la momentánea mirada de angustia que puso cuando alcé la barbilla del niño para ver a detalle su rostro, me hizo pensar que justamente, ella creía que por dentro me regodeaba de que mis predicciones fueron correctas. Tal vez esperaba de mi una abyecta sonrisa burlona, pero que no fuera explícitamente burlona, sino una expresión interna que ambos supiéramos que se trata de una burla tácita, sólo existente en nuestro mundo e imperceptible para el resto, fingiendo yo no efectuarla ni ella percibirla. Mas no fue así.
—Es muy bonito —le dije amablemente, pellizcando suavemente la mejilla del niño—, se parece mucho a ti.
Para mi sorpresa, eso fue uno de los enunciados más honestos que jamás he dicho. Yo que había jurado regodearme con una sonrisa triunfal una vez que la viera subyugada a una vida ordinaria, aburrida y rutinaria, al lado de un tremendo idiota que no es ni un quinto del hombre que soy yo, en vez de estar recorriendo el mundo conmigo y teniendo las más felices y concupiscentes aventuras; no lo pude hacer, al igual que no pude terminar EL MEJOR POST DE SAN VALENTIN.
¿Por qué pasó esto? ¿Por qué no desollé al niño frente a ella como lo habría hecho un verdadero hombre? Si yo la odié con cada gota hirviente de mi sangre. No sólo a ella, también a las otras dos que le siguieron las odié. Pasé noches enteras sin dormir porque imaginaba el momento en que les restregaría su error de manera sutilmente humillante, y tales pensamientos aceleraban mi corazón manteniéndome despierto. No fue madurez ni compasión, fue algo más. Tal vez, muy en el fondo, los recuerdos buenos triunfaron sobre los malos, y ese encono que sentía hacia ellas, no era otra cosa más que una reacción instintiva de competencia, de mostrarme superior a quien quiera que fuera su pareja para que, al final, ella lo notara y se quedara conmigo. ¡Vaya manera de pensar de los hombres... PENDEJAZOS!
¿Qué hemos aprendido hoy, hijos míos, de estas crueles desventuras contadas por el Tío Profeta, sentados vosotros en mi regazo y mirándome con admiración infantil ? Pues bien, yo sí aprendí mi lección: lo que diferencia a las mujeres del resto de los mamíferos hembras, es que las primeras prefieren estabilidad y las segundas prefieron los genes del más fuerte. Mis ex novias conocieron el tamaño de mi pene, sintieron el vigor de mis brazos de roble cuando las cargaba, comprobaron con hechos los resultados arrojados en mi examen certificado de MENSA y supieron de mis records de atletismo en la preparatoria. Aún así prefirieron a un hombre dos o tres, o hasta cinco peldaños más abajo, genéticamente hablando, a esta incomprendida e inestable bomba de tiempo en forma de corazón y sabor chocolate llamada Falso Profeta. Inseguridad mía, inseguridad de ellas, o tal vez sí soy un patanazo, no lo sé y probablemente nunca lo sepa.
Por ello es que anuncio que de ahora en adelante solamente voy a tener sexo con animales y que voy a vender frascos de mi semen en la parte derecha de la página, $250.00 pesos cada uno.
Por mi ya no se preocupen. He aceptado mi rol en esta vida. Yo simplemente nací para producir sensaciones placenteras, no para amar ni ser amado. Mi virtud es a la vez mi condena. Por más que lo intente, no puedo evitar ser EL MEJOR AMANTE EN LA HISTORIA DE TODOS LOS TIEMPOS DE LOS UNIVERSOS. Recuerden bien que sólo puedo usar menos del 5% de mis habilidades de amante, de lo contrario los impulsos eléctricos de placer producidos en el cuerpo de mi pareja se multiplicarían por un millón causándole quemaduras internas de 3er grado, muchos paros cardiacos, o peor aún, podría ella explotar en mil pedazos, o, en caso de que usara más del 7% de mis dotes, evaporarse hacia un nivel de consciencia superior viviendo por siempre en el estado orgásmico-nirvánico en que la dejé; gran tragedia.
¿Cómo entonces alguien igual a mi (EMADU), con semejante potencia sexual, podría arriesgarse a llevar una relación conyugal, freelancera o de amancebamiento con una bella mujer, pudiendo matarla con el más pequeño descuido? ¿Saben qué? No pienso arriesgarme de nuevo, no quiero seguir evaporando mujeres; la muerte pesa demasiado y la sangre es una tinta permanente. Ya no más. Desde ahora no le coquetearé a ninguna mujer ni por blogger ni por facebook, ni por messenger, ni por twitter, ni por ningún lado... ¡lo prometo!
20 segundos después...
Ok, no puedo prometer eso. Pero al menos no veré pornografía ¡en más de 6 meses!
9.75 segundos después...
¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap! ¡flap!