la-gran-verga

Más de mis sueños (actualizado)

En la madrugada de ayer, cuando me disponía a descansar luego de hacerme una paja y justo antes de que me durmiera, claritamente sentí una explosión en mi cerebro como si me hubieran puesto un petardo dentro de la frente. ¡BAAAAANGG! Sonó, y sentí como si me dieran un zapatazo en la cabeza. Todo aturdido me dije a mí mismo: “Puta, te apuesto mi alma a que hubo una explosión mayor y mañana van a estar las imágenes del desastre en todos los noticieros”.

Compruébese entonces que tengo una voz -aparte de hipersensual- también de profeta:

Un camión que transportaba dinamita se estrella contra una camioneta y explota matando a treintaitantas personas, blah blah blah.

Unos remedos de terroristas hacen explotar ductos de PEMEX para beneficiar a vayan-ustedes-a-saber-qué-compañía-de-energéticos.

El golpazo en mi frente lo sentí más o menos a la hora en que ocurrieron los hechos y lo sorprendente de todo esto es que no estaba yo drogado, ni ebrio como cuando vi al extraterrestre en mi cama.

Van como cuatro veces que me pasa lo mismo: primero, las torres gemelas; luego, el “surimi” en Asia; después, otra explosión en mi cabeza a la misma hora en que explota un hospital en Líbano matando ciento setentaitantas personas. Ahora esto y otras cosas no tan relevantes como adivinar a qué hora va a sonar mi celular y quién me llamará. ¿Coincidencia? ¡Pura verga!

Hay veces que pienso que a las personas como yo, fenómenos prodigiosos llenos de bondad y sabiduría, se les debería de tratar como lo que somos: un regalo de la naturaleza para el mundo, el eslabón perdido que comprueba la existencia de Dios en un mundo decadente lleno de sufrimiento. No se nos debería de forzar a trabajar, ni a vivir como el resto de los humanos, ni a convivir con ellos. Nuestra vida se debiera de limitar a lo mejor que sabemos hacer: Tomar las mejores decisiones para la humanidad. ¿A cambio de qué? Algo sencillo. Ser tratados como lo merecemos; con camas de oro puro, mayordomos mono y concubinas vírgenes que nos traten con la más sumisa y fanática devoción como si fuesemos un Dios azteca.

No entiendo por qué no han venido a tocar a mi casa diplomáticos de la ONU para pedirme consejos. Tan solo deberían de conectar mi cerebro a una supercomputadora de veinte metros de altura que contenga la información de todo el mundo y de los humanos que lo habitan (interrelaciones, animadversiones, inflación, economía, política, cultura, tempestad, humedad, corrientes marítimas, egos, patologías, enfermedades, diplomacias, etc, etc) para que yo, haciendo un análisis de todo eso y de las millones de posibilidades de la acción-reacción de cada conjunto, yo, en una fracción de segundo, determine qué es lo que va a pasar.

También podrían venr a consultarme extraterrestres de todo el universo con la información de sus galaxias respaldadas es sus discos duros y decirme: “Dinos qué será del universo, hijo mío”. Y responderles acertadamente calculando instantáneamente la gravedad, espacio y el tiempo de sus más profundas e insondables dudas y temores, sin importar lo que diga Heisenberg y la indeterminación de sus partículas. No me acuerdo quién dijo alguna vez que al saber más estamos más próximos a ser Dios o algo así.

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Yo solo pido a cambio de lo que les ofrezco, una vista de rayos láser para quemar a los putos emos de mierda como una inmolación de tributo. Me cagan los emos… y los hippies.

¡BoOm!

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