Noticias de mi batalla con Doña Thor e hijo

Es necesario leer el capítulo anterior para entender esta entrada.

* * *

Hoy que corrí a todos y me dejaron la casa sólo para mí, en verdad que torturé psicológicamente a esa familia.

Estuve cerca de seis horas al pendiente con mis ojos fijos en un solo punto de la muralla la mayor parte de ese tiempo, perdido y sumergido totalmente en el fondo de la recámara y de mi obsesión. Obviamente con mis debidos descansos en los que me iba por media hora a pensar o a apedrear aves o niños con una resortera que siempre llevo en el bolsillo trasero de mi pantalón como Daniel el Travieso.

Al medio día que se fue mi familia dejándome el control de la batalla los bombardee con cumbia, justo como había dicho que lo haría. Le subía al volumen repentinamente y pegaba con el martillo al ritmo de la música, gritando como apache: “ua-ua-ua-auuuu… ¡cuuuumbiaaaa!”, todo en repentinas ocasiones. Después normalizaba el volumen del amplificador, lo dejaba así y me iba a ver la televisión hasta la sala, en donde no se escucha nada o se escucha muy poco; pues con el sólo hecho de aumentar el volumen de la T.V sus desesperados martillazos defensivos se hacen imperceptibles. Luego, en algún comercial, regresaba al parapeto donde se libra la lucha, entonces le subía todo el volumen que pudieran tolerar mis tímpanos y comenzaba nuevamente a martillar siguiendo el compás de esas cumbias asquerosas. Ellos (o ella) no tuvieron más remedio que defenderse, y cuando nuevamente fueron sodomizados por el amplificador huyeron a su refugio. Lo dejé varias horas así, después lo apagué y me salí a la calle a seguir pensando, tranquilamente, unas 176 maneras de molestarlos; pero olvidé mi resortera y vi muchos pájaros y niños felices, cosa que fue en extremo penoso.

Al llegar en la tarde coloqué todos mis sentidos pegados a la pared, ya anticipando que vendría doña Thor con su martillo en mano dando golpes suavecitos con sus brazos tremulantes y debilitados. Estuve analizando cada ruido mínimo de la casa trasera y al parecer del otro lado hay una especie de tina donde la bruja seguramente mezcla con una pala sus heces, sus orines y los de su hijo, junto con retazos de perros, gatos y fetos podridos para comérselo todo y después oficiar un execrable acto incestuoso entre ambos dentro de su propia inmundicia. Así es que cuando ella lanzó la primera ofensa moviendo objetos raros en la tina, al instante hice un fuerte y lamentoso “Aaaaaaaaaayyyyy” de ultratumba. Seguramente la espanté porque tardó mucho en joder, y cuando lo intentó otra vez, yo hice otro: “Aaaayyyyy aaauuauuwauauua” que solamente podría identificar a alguien como muy en el extremo trastornado.

Sus martillazos se hicieron dubitativos desde ese instante. Supe que le estaba molestando o asustando de alguna manera con esos fuertes quejidos. Me puse a ver mi serie de Roma y media hora después decidió consumar otra agresión, pero como por arte de magia yo ya estaba allí esperándola justo en el lugar donde iba a golpear. Doña Thor dio un martillazo e instantáneamente yo grité un larguísimo y desgarrador:

“GOOOOOOOOOOOORRDAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA”.

Golpeó una vez más, muy quedito, y yo y grité más fuerte lo mismo. Supongo que huyo poco a poco del lugar con la cola entre las patas, haciendo el mínimo ruido; luego escuché como si se cayera algo en el piso de aquél lado y grité todavía más enfermizamente, pero esta vez acompañé el alarido de “gorda” con una de mis clásicas y tan exactas imitaciones de un marrano: “CUIIIIT, CUIIIIIT, CUIIIIIIIIIIIT, CUIIIIIIITT, CUIIIIIIIIIIIT” así como si lo estuvieran matando. De esa manera estuve probablemente unos cinco minutos alternando los clamores de “gorda”, con los “cuits” y los quejidos de ultratumba.

Llevan bastante tiempo sin molestar. Lo único que escucho ahora son las emociones esporádicas de los imbéciles que celebran los goles de su Selección Nacional en otras casas alrededor.

Temo que la guerra haya terminado apenas un día después de que yo haya entrado. Ojalá se trate solamente de un armisticio.

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