Después de varios años de escribir absolutamente nada, ni de tener ganas de ello, el domingo me sentí extrañamente compelido a hacerlo, casi como si estuviera dominado por una fuerza sobrenatural. Permítanme explicarles exactamente cómo me siento:
Me siento como un ermitaño que lleva años aislado en alguna cabaña recóndita en las montañas rocosas de Colorado, sin compañía alguna mas que la de sus libros, botellas de whisky y su vieja perra labrador.
Cierta mañana, mientras el montañés parte troncos con su hacha, un cadencioso sonido en el aire lo interrumpe y fija su atención hacia el horizonte. Al principio piensa que es el eco de un grupo de piedras cayendo por las faldas de la montaña, pero entre más segundos transcurren, el sonido se vuelve más fuerte y distinguible. Es un sonido detestable que no escuchaba desde aquellos eventos trágicos.
Momentos más tarde el ruido se torna inconfundible, y hasta cierto punto inevitable. Un enorme helicóptero aparece sacudiendo el cielo, con su sombra desplazándose rápidamente sobre las enormes rocas doradas por el sol matutino, y continúa en dirección hacia la cabaña. El montañés sabe de quiénes se trata; sin embargo, no se alarma, y con indiferencia regresa a cortar su madera. Al aproximarse aún más la aeronave, ésta ahoga los frenéticos ladridos de la labrador, quien huye despavorida hacia la espesura del bosque. El helicóptero halla con destreza un espacio para aterrizar y entonces comienza a descender, agitando poderosamente las ramas de los pinos aledaños y levantando una enorme nube de polvo.
Cuatro soldados fuertemente armados descienden, uno por uno, con ágiles brincos. Un quinto hombre canoso desciende al final con un poco de dificultad, el viento de la hélice sacudiendo su cabello gris como si fuera a arrancarlo. No obstante, a diferencia de los soldados, su atuendo es un traje anticuado y color mostaza que lo hace parecer un inepto burócrata. El hombre hecha un vistazo hacia el montañés, cubriéndose los ojos del polvo. Lanza su cigarrillo al suelo y se dirige caminando hacia él con una sonrisa misteriosa.
—Eres muy bueno escondiéndote, John— me pregunta el hombre canoso.
—No tan bueno como quisiera… Erik —respondo mientras parto en dos un pedazo de tronco.
—Es almirante Jacobs ahora —el hombre canoso mira a su alrededor con curiosidad, poniendo especial atención en unas botellas— Este es un lindo lugar, Spartan. Parece que el ejército te recompensó bien, como suele hacerlo. Aunque debió ser difícil conseguir todas esas botellas de whisky.
—No todos tenemos un Apache para ir de compras, almirante.
El almirante apunta su dedo índice hacia el cielo.
—También tenemos satélites, John. Y drones. Cosas muy útiles para encontrar justo lo que se necesita.
—También son útiles para desaparecer lo que no necesitan —respondí con cinismo al almirante. La historia se repetía. Querían que hiciera su trabajo sucio nuevamente— No tengo nada para ofrecer, Jacobs. Esta tienda está cerrada y no pienso volver a abrirla jamás. Regresa y díselo a tus jefes en el Pentágono.
—No el Pentágono; la CIA, Spartan. Menos trabajo, más dinero. No necesitas cargar todas esas malditas insignias todo el tiempo y nadie tiene por qué diablos saber lo que tengas que hacer.
—Eso explica tu mierdoso traje. ¿Qué quieres de mí, Erick? Hace cinco años que renuncié a esta basura y dije que no haría más misiones. Y esta vez no hay modo en que esos bastardos puedan obligarme.
—¿Aún tienes ese perro adorable? ¿Cuál es su nombre, Sally, Dolly? ¿Es ella quien está ladrando a lo lejos? Este sitio es deprimente, Spartan. ¿Por qué no reunirte con tus viejos amigos?
—Todos mis amigos murieron en Ragadesh —las memorias comenzaron a invadirme después de cinco años.
—Y tú fuiste el único sobreviviente, Spartan. Nadie más pudo haber sobrevivido ese infierno. Tu unidad estaba formada por grandes hombres. Honorables, competentes, feroces. Que el Señor bendiga sus alm…
Fue como si alguien le hubiera bajado el volumen al almirante Jacobs. En mi interior su voz fue reemplazada por los gritos de Trautman, el más jóven de mi unidad. Me invadió el horror y la desesperación al recordar su mirada en pánico por la sangre que brotaba incontrolable de su pecho, usando sus últimas respiraciones para pedirme que entregara su collar a su hija Emily.
—¡Maldita sea, Jacobs! ¡Ve al grano! ¿Qué diablos necesitan de mí esta vez?
El aDmirante Jacobs, normalmente inconmovible, tomó una pausa. Parecía genuinamente angustiado. Una sombra de duda recorría su rostro.
—No yo. Tu país. Tu país te necesita urgentemente, Spartan. Y tú eres el mejor hombre que tenemos para esta misión.
¡Y es justamente así como me siento, como me percibo y como me gustaría ser algún día, amigos! Porque, aunque yo no estuve en Vietnam, ni conozco a Jacobs o a Trautman, siento que mi país me necesita. Porque mi nombre es Juan (John), y muchos de ustedes solían llamarme Spartan. Y todos sus llamados para que escribiera nuevamente me han descongelado de mi estado de criogenización, así como al mismísimo John Spartan en Demolition Man.
Pero siendo honesto con ustedes, este regreso no es a causa de una melancolía absurda de querer que las cosas sean como antes. Yo sé que el mundo y las ideas cambian a cada instante, y uno como individuo tiene que evolucionar y moverse con la misma frecuencia que el resto para no quedarse estancado en el pasado; porque la locura yace en la diferencia entre nuestra realidad y la de los demás.
¿Pero qué pasa cuando el progreso y la evolución está siendo entorpecida por aquellos mismos que dicen procurar el progreso y la evolución? Gente engreída los falsos intelectuales, los idiotas útiles, los buenistas irracionales, los sociópatas manipuladores, los fanáticos patológicos, la propaganda roja, les frustrades sexuales y los hambrientos de aceptación y reconocimiento; todos ellos respaldados por la masa de deficientes mentales a los que lograron convencer de sus estupideces.
Yo soy, en pocas palabras, John Spartan, y ustedes el almirante hijo de puta que me envía a masacrar comunistas en alguna aldea miserable. Para eso fui despertado de mi letargo.
Me queda claro que no tengo la influencia que tenía antes, y que estoy muy lejos de tener la influencia que tienen otros opinólogos. Pero yo soy como un virus y no necesito mucho para replicarme. Sé cómo meterme en la cabeza de los demás y quedarme ahí. Lo único que necesito es un buen huésped y cinco compañeros o compañeras como los que perdí en mi guerra ficticia. Cinco hombres o mujeres dispuestos a transmitir mi virus me bastan. Porque fundamentar tus creencias en los hechos, en los números y en la búsqueda frenética de nuevos conocimientos te vuelven un virus inextinguible.
Siento que con el paso de los años me he vuelto más maduro, más inteligente, más oscuro, más práctico y más obsesivo con las cosas que me gustan, lo cual quizás se refleje en mi modo actual de escribir; pero en esencia sigo siendo el mismo Falso Profeta. Escribo fundamentalmente porque el artificio de convertir información en sentimientos y viceversa me brinda un estímulo que termina siendo ultra adictivo. Pero tampoco quiero decepcionar a nadie de ustedes dejándolos colgados como otras veces, ni tampoco presionarme a cumplir ciertas cuotas. Tuvimos una relación escritor/lector difícil, y tenemos que empezar desde cero y llevárnosla suave. ¿Qué les parece?
PD. En el próximo capítulo daré mi opinión sobre AMLO y el nuevo rumbo que tomará México.
PD2. Así es, amigos: ¡ANDABA HASTA EL CULO al escribir esto! ¡Feliz Halloween!
2 comments On Despertando de mi criopreservación
Que bueno que volviste!!, por que esos Malditos Bolovanes No se van a Vender solos😂
Regresastessssssss bueno volver a leerte!!
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